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Atrapadas en la teoría equivocada: el sujeto político del feminismo y el feminismo trans-excluyente

Valeria Román Marroquín


¿Es la existencia de lo trans[*] una amenaza activa hacia los proyectos emancipatorios feministas? ¿Acaso el avance de los derechos de la comunidad trans mina directamente la vida de las mujeres cis-género? Son preguntas que han resurgido en espacios de discusión y de intercambio feminista para convertirse en disputas que nos obligan a enfrentar tensiones subyacentes en el cuerpo teórico y en el campo práctico del feminismo, entendido como un movimiento heterogéneo y complejo, el cual en su centro posee un potencial emancipatorio que no puede ni debe ser desechado, a propósito de la crisis capitalista que nos acosa en estos tiempos. En espacios virtuales, se enfatizan ecos de un pasado agrio que hasta el día de hoy le pesa a la tradición feminista: bajo el nombre de gender critical, una pretensión de radicalidad se alza contra la existencia de lo trans, entendiendo ésta última como una práctica que reproduce y reifica los estereotipos de género, borrando la realidad biológica de las mujeres cis-género y trivializando la opresión patriarcal que nos constituiría como una clase sexuada.

Sobre esto, la cuestión trans en estas circunstancias podría resultar irrelevante o innecesaria de discutir, bajo el pretexto de conservar cierta unidad sobre temas que podrían ser de mayor “relevancia” en la agenda feminista. Contraria a aquella intuición, creo que vale la pena decir algo al respecto: la exclusión de lo trans del proyecto emancipatorio feminista y la racionalización de la diferencia como caballo de Troya del patriarcado, a mi parecer, no representa más que las bases de una política reaccionaria y regresiva. Retomando nociones enraizadas en una “realidad biológica” distinta o neutral a las suposiciones esencialistas y patriarcales sobre el destino inferior y subordinado de las mujeres, e identificando a la estructura patriarcal como un sistema de castas que ha permanecido a lo largo de la historia –adhiriéndose de forma parcial al corpus teórico del feminismo radical de los setentas–, pareciera que lo sostenido por esta clase de feminismo significaría una rehabilitación material feminista frente a la subsunción capitalista de las propias políticas feministas y su neoliberalización hacia un feminismo corporativo. Sin embargo, un examen atento nos muestra lo problemáticos que resultan ser estos posicionamientos para la propia práctica política feminista –entendida como la posibilidad de transformación social–, y la comprensión de las dinámicas patriarcales de dominación en el capitalismo tardío. En ese sentido, comenzaremos por una revisión crítica de los presupuestos que identifican lo trans como una amenaza a una política feminista coherente y al género como un concepto desechable para la teoría feminista, para retomar el debate sobre quién o quiénes representan el sujeto del feminismo.

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En 1979 aparece The Transsexual Empire: The Making of the She-Male, escrito por Janice Raymond. El libro en cuestión es una suerte de investigación sobre el fenómeno del transexualismo entendido en dos líneas: (1) el fenómeno transexual es resultado de una sociedad patriarcal que establece e impone rígidas definiciones y normas sobre la masculinidad y la feminidad, en ese sentido el sujeto que transiciona solo rechaza aquellas de un polo para pasar al otro[1]; (2) el fenómeno transexual como un proyecto para crear mujeres a la medida del deseo masculino, a partir de la práctica médica del cambio de sexo a sujetos desviados de la “normalidad” sexual.[2] Ambas suposiciones terminan por ubicar a la identidad trans como aquella que solo subsiste a partir del reforzamiento de los estereotipos de género, y a las personas trans como sujetos carentes de capacidad crítica y agencia política, irracionales e infantiles. Ciertamente, The Transsexual Empire no aparece de forma repentina en su tiempo: siguiendo a Sandy Stone, podemos entenderlo como parte de las discusiones y disputas que ya existían en el movimiento feminista durante la época a propósito de la presencia de mujeres trans en espacios separatistas y del creciente movimiento de liberación trans.[3] Es decir, Raymond no inventa el prejuicio hacia las personas trans desde el feminismo, pero en definitiva la retórica y la estructura argumentativa desplegada en The Transsexual Empire va a ser el arquetipo bajo el cual el feminismo trans-excluyente va a articular su hostilidad contra la lucha por visibilidad del activismo trans y, por tanto, contra la existencia misma de la comunidad trans. Trasladándonos a nuestro tiempo, podemos encontrar el mismo esquema de análisis y las mismas representaciones estereotípicas con respecto a la identidad trans en el trabajo de Julie Bindel o de Sheila Jeffreys, específicamente en Gender Hurts: A Feminist Analysis of the Politics of Transgenderism, publicado en 2014.

Más allá de lo inverosímiles –e hirientes en algunas circunstancias– que resultan ser esta clase de afirmaciones, lo cierto es que asumir la existencia de lo trans como una amenaza activa hacia la política feminista como mantra está ligado a una comprensión muy particular de las dinámicas de las relaciones patriarcales y de las mujeres como un grupo político en específico. En ese sentido, es relevante establecer que Raymond viene de una tradición que comprende la dominación masculina como un hecho trans-histórico que aparece a partir de una “división sexual del trabajo”, marcando la constitución de dos castas sexuales: así, las mujeres estarían definidas como clase oprimida por la expropiación de su labor reproductiva y sujetas a una relación servil hacia los hombres. Esta teoría sobre la dominación masculina está sumamente influenciada por el análisis materialista de las relaciones en el seno de la familia y su historización desde la tradición marxista, además de la primacía de la noción de trabajo, tal y como lo formula Shulamith Firestone en Dialéctica del sexo.[4] Dicho esto, es importante señalar que estas formulaciones son relevantes en el terreno de la crítica feminista a una serie de fenómenos relacionados con la dominación masculina y la lógica sexista. Entre esta serie de aportes, podrías afirmar que el más importante en relación a la crítica hacia las formas de opresión patriarcal es la el planteamiento del sistema sexo-género[5], que da cuenta del carácter social de aquello que se atribuía como natural para establecer la diferencia sexual más allá de los cuerpos. Este esquema, por tanto, permitía desnaturalizar las afirmaciones sobre la disposición de las mujeres a ocupar roles asociados con la inferioridad y la servidumbre, y claro, esta observación fue un punto fundamental para notar cómo aquello que se consideraba meramente biológico se convertía en un producto de la actividad humana, haciéndolo un terreno de transformación y de lucha política. Sin embargo, “aquellos esfuerzos dudaron en extender del todo su crítica a la distinción derivativa de sexo/género, la cual era demasiado valiosa para combatir los omnipresentes determinismos biológicos constantemente desplegados contra las feministas en luchas políticas urgentes”.[6]

En estas circunstancias, el sexo afincado en la descripción biológica de los cuerpos y sus categorías neutrales se estableció como un espacio de resistencia feminista frente a la dominación patriarcal –en otras palabras, utilizar el cuerpo femenino como barrera para distinguir “la realidad” de las imposiciones arbitrarias del patriarcado–, al mismo tiempo que permanecía sin ser tocado por las herramientas críticas feministas a la producción del conocimiento científico y las barreras de aquello que es “natural”. Con esto, no estoy afirmando que el “sexo” entendido como una categoría de la biología no sea “real”[7] –usualmente, cuando nos referimos a determinado objeto como “social”, “ideológico” o “construido” es entendido como fuese menos “material” o “irreal”–, al contrario, esta clase de formulaciones arraigadas en el sistema sexo-género terminaban por posicionar a las mujeres como sujetos subordinados, marcados por su propia función reproductiva (y a los hombres como sujetos naturalmente dominantes). El sistema sexo-género entendido como el binomio naturaleza/cultura dejó de funcionar entonces como un candado frente al chantaje patriarcal de lo “natural”: mientras el género es un dispositivo de dominación construido para mantener el funcionamiento de las castas sexuales, los sujetos paradójicamente no pueden escapar del género porque éste ya se encuentra fijado por la correspondencia de la anatomía sexual. Lo que había sido potencial de liberación a través de un construccionismo en relación a las normas dictadas sobre lo femenino y masculino, terminaba por reproducir las mismas implicancias problemáticas para la superación de las jerarquías sexistas.

Volviendo al feminismo trans-excluyente, la premisa que sostiene sus afirmaciones sobre el carácter misógino de lo trans está fundamentada en el funcionamiento del sistema sexo-género y la teoría de las castas sexuales. Por un lado, la afirmación de que las mujeres trans no son mujeres en el esquema de Raymond pasa por asumir que la anatomía biológica es una cualidad material esencial para experimentar el género: las personas trans desafiarían este esquema al afirmar con su identidad que el género es real más allá de la genitalidad. Aquí podemos encontrar dos cuestiones que pasan desapercibido cuando se confronta la posición trans-excluyente y las ansiedades que el paradigma trans despierta en ésta: por un lado, toda forma de encarnación del género que no respalde una versión inherentemente opresiva es una amenaza a la posibilidad de agencia y colectividad política, además de un límite para la crítica sistemática de la violencia patriarcal contra los cuerpos de las mujeres –esto, ciertamente, nos hace preguntarnos si bajo esta versión habría una posibilidad de “salir del género”, en los propios términos en los que se le define como opresivo, e incluso, pensar en otra articulación de conciencia feminista fuera de la representación subordinada de las mujeres–. Por otro lado, es que contrariamente a la acusación de “determinismo biológico” hacia la posición trans-excluyente, habría que notar que, si existe algún determinismo o esencialismo, éste se encuentra en la constitución de las mujeres a partir de una posición subordinada como base ontológica. Para Raymond y muchas de las feministas que suscriben sus afirmaciones, la “genuinidad” o “realidad” de la experiencia de género de las mujeres trans en específico es imposible; el género solo podría ser experimentado materialmente a través de la experiencia común que las mujeres sexuadas comparten como colectivo, ser mujer estaría definido a partir de una historia común de desempoderamiento, explotación y subordinación.[8] Todo lo demás, como habíamos dicho anteriormente, sería una imposición del patriarcado. La afirmación de que lo trans sabotea la lucha feminista contra la opresión de las mujeres solo es posible en tanto se entiende que el género es meramente la causa de esta misma opresión.[9] En ese sentido, en el esquema feminista trans-excluyente, la única posibilidad de entender la identidad trans es a partir de una representación irracional –las personas trans viven engañadas, creyendo que aquello que es “construido” es “real”–; o perversa y engañosa[10] –las personas trans saben que el género no es real y niegan el hecho para fines perversos, tal como señala la propia Raymond–. [11]

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Hasta este punto, nos encontramos con algunas cuestiones que vale la pena explorar. En primer lugar, habría que preguntarnos si es que el género es todavía una categoría relevante para la crítica y la práctica feminista. Ciertamente, no es una pregunta fácil de responder y probablemente requiera un examen mucho más atento a la luz de otras discusiones que se llevan a cabo en espacios de discusión feminista, pero quisiera establecer que, en principio, deberíamos comprometernos con la categoría de género para incluso discutir seriamente su eliminación o abolición. El establecer el género como un mecanismo que mantiene la opresión de las mujeres a la luz de una experiencia común y colectiva no solo es inexacto, sino que posee límites problemáticos para la propia comprensión de las relaciones patriarcales. Mary Hawkesworth señala de forma muy perspicaz que el compromiso que los feminismos deberían adoptar con el género para fomentar proyectos emancipatorios es como una categoría analítica; esto significaría comprender el género en dos sentidos: el género es “un elemento constitutivo de relaciones sociales basadas en diferencias percibidas entre los sexos, y el género es una manera primordial de significar relaciones de poder”.[12] Esta concepción permite a la crítica feminista operar en un campo sumamente complejo, en donde el género no solamente se encuentra en una serie de normativas que configuran instituciones y representaciones, constituyendo relaciones sociales –relaciones que, por cierto, también son de dominación–, sino en la formación de la identidad subjetiva dentro y fuera de esa misma normativa. Siguiendo a Amy Allen, hasta este punto es relevante anotar la importancia de la noción foucaultiana del sujeto y los procesos de sujeción, entendiendo que “el sujeto individual (…) no es una entidad predeterminada sobre la que actúa el poder o contra el cual se aplica; más bien, el sujeto individual es un efecto del poder”.[13] Según Allen, esta teorización habilita a la crítica feminista resaltar el hecho de que el género y el poder son partes constitutivas de nuestra personalidad, así como los esfuerzos y los mecanismos propios para auto-transformar progresivamente nuestra identidad de género. Al dar cuenta de que el género es una parte constitutiva de nuestra identidad y no solamente una imposición dada e inescapable de forma pre-política, habría que seguir problematizando sus implicancias hacia la crítica feminista como lo hace Teresa de Lauretis al traer a la discusión la cuestión del sujeto del feminismo:

El sujeto del feminismo en que yo estoy pensando es un sujeto que no ha sido definido todavía, un sujeto en proceso de definición o de concepción en este y en otros textos críticos feministas; y el sujeto del feminismo (…) es una construcción teórica, un modo de conceptualizar, de entender, de dar cuenta de ciertos procesos. (…) el sujeto que veo emerger de los escritos y de los debates actuales en el seno del feminismo es un sujeto que esta al mismo tiempo dentro y fuera de la ideología del género y es consciente de ello, es consciente de esta doble tensión, de esta división y de su doble visión".[14]

Para una acepción política del género entendido de las dos formas que anteriormente señalamos, las feministas debemos asumir la complejidad de estar inmersas en los mecanismos por los cuales se construye el género –la propia crítica de los discursos dominantes sobre el género crea género y constituye nuevas formas de subjetividad, resistencia y conciencia feminista–, y al mismo tiempo tratar de abolirlos como parte de un proyecto que neutralice la diferencia sexual como una jerarquía. Ciertamente, esta clase de abolicionismo subyacente a los ideales emancipatorios feministas ha servido en muchas circunstancias como un norte para pensar la utopía desde el feminismo –pensemos en el socialismo cibernético de Shulamith Firestone[16], en el cyborg de Donna Haraway[17] o en la formulación abolicionista del Manifiesto Xenofeminista, del colectivo Laboria Cuboniks[18]–, además de reformular las formas en las que se puede concretizar una práctica dirigida al abolicionismo. Las posiciones trans-excluyentes suscriben de forma abierta un “proyecto abolicionista” como un remedio al “deseo de transicionar” a partir de los estereotipos del sistema género que la identidad trans supuestamente encarnaría, pero este abolicionismo está formulado de tal manera que las personas trans no tendrían por qué existir.[19] Esta no solo es una afirmación paternalista que implica que las personas trans son incapaces de ser críticos con el canon médico que patologiza su identidad o con los criterios sexistas y patriarcales con los que se evalúan la “originalidad” o “genuinidad” de su género. También es una forma regresiva de validar aquellos discursos dominantes sobre el género que descansan sobre la estabilidad de los cuerpos sexuados. El trans-feminismo y los movimientos que se encuentran en los márgenes o totalmente ajenos a la lógica binaria son necesarios para re-conceptualizar la diferencia sexual: es evidente que todo proyecto abolicionista de la diferencia sexual no puede prescindir o atacar de forma activa la existencia de sujetos que representan formas de resistencia hacia la heteronorma y se encuentran atravesados por una serie de relaciones que precarizan aún más su existencia.

Volviendo a la “doble tensión” que establece De Lauretis, es ésta la que también permite que el feminismo no se limite –ni pueda limitarse– a la teorización y la crítica de los mecanismos de dominación desde la arista del género, en tanto género. O, en otras palabras, desde una experiencia homogénea de las relaciones patriarcales. Esto último, para nuestros fines, es sumamente importante. Volviendo a la utilidad de la categoría “género”, el entendimiento del género como una fuerza causal, en vez de ubicarlo como parte constitutiva de las relaciones sociales, nos desvía de la pregunta sobre cómo funciona el género hacia un “papel universal e invariable del género”[20], impidiendo teorizar el género a la luz de una serie de relaciones materiales que se encuentran estrechamente relacionadas en su propio desarrollo, como la clase o la etnicidad.[21] El género en su especificidad histórica y contextual siempre va a estar estrechamente vinculado a éstos últimos. Esta objeción a una comprensión del género como fuerza causal, tal y como instrumentalizan las feministas trans-excluyentes al colapsar las categorías de sexo y género mientras que el género se vuelve un mecanismo de poder unilateral hacia las mujeres, no debería ser tomada como menor ante interpelaciones sobre qué relación material prevalece primero, si acaso es más importante la clase, o el género, o la raza. La única respuesta a una pregunta formulada de tal manera, que necesariamente ubica el género, la clase o la raza como sistemas autónomos de dominación, es la creación de modelos que ubiquen estas relaciones materiales de forma aditiva, concluyendo que estos sistemas aparecen como cómplices en ciertas circunstancias, pero indiferentes y autónomos en otras, cosa que oscurece la lógica en la que estas jerarquías funcionan a la luz de una totalidad capitalista.[22] Incluso, podríamos objetar enfoques como el de la interseccionalidad al presentarnos una versión dislocada de la totalidad social a partir de distintos ejes de diferencia, pero que no puede explicar la lógica de la misma intersección de aquellos ejes específicos que marcan las experiencias de cómo se vive y encarna la misma diferencia, volviéndose otro modelo aditivo, más complejo que los sistemas duales (patriarcado-capitalismo) de los feminismos socialistas y radicales, pero igual de insuficiente que éstos.[23] La posibilidad de estas tematizaciones y teorizaciones no es más que la posibilidad de la construcción de una política radical anti-patriarcal: no por nada, esta crítica a la constitución de La Mujer –entendida como una la clase homogénea– ha sido objeto de una renovación práctica y teórica dentro del feminismo, donde aquellas herramientas utilizadas para criticar la naturalización de la supremacía masculina se utilizaron para cuestionar el lugar común sobre la experiencia opresiva que las mujeres comparten bajo el patriarcado, pero que al mismo tiempo minimizaba el racismo y el clasismo dentro del movimiento, y que permitía un jerarquía donde las mujeres privilegiadas terminaban por encarnar la representación del sujeto político.

Retomando la cuestión del “sujeto del feminismo”, el cuestionamiento hacia la idea de las mujeres entendidas como una clase sexual homogénea parecía acabar con la posibilidad de posicionarse bajo la categoría mujer sin ser un movimiento “políticamente reaccionario” y esencialista; en diversas circunstancias, esta afirmación ha sido interpretada como el fin de una política feminista relevante, gracias la supuesta ubicuidad política y conceptual del post-estructuralismo.[24] Esta lectura, ciertamente, se encuentra condicionada bajo la idea de que la clase sexual es la única forma coherente de reclamar un sujeto político que pueda emanciparse. En principio, podemos afirmar que hay una inconsistencia de los intentos de conceptualizar la categoría “mujer” una construcción discursiva, para posteriormente desecharla. A partir de esta crítica, Alcoff cuestiona:

"¿Qué podemos demandar en nombre de las mujeres si las “mujeres” no existen y las demandas en su nombre simplemente refuerzan el mito de su existencia? ¿Cómo podemos hablar abiertamente contra el sexismo como perjudicial para los intereses de las mujeres si la categoría es una ficción? ¿Cómo podemos exigir la legalización del aborto, guarderías infantiles adecuadas o salarios basados en aptitud comparable sin invocar el concepto de “mujer”?"[25]

Al encontrarnos en este punto, habría que establecer, por un lado, que el cuestionamiento hacia la estabilidad del sujeto del feminismo para abogar por una política de la identidad no significa, de ninguna forma, la renuncia a la posibilidad de acción colectiva. Y es cierto que, hasta cierto punto, la política feminista sobre la autonomía reproductiva y en contra de la violencia sexual ha funcionado sobre este supuesto. Sin embargo, es el mismo supuesto universalista sobre la experiencia patriarcal la que impide una comprensión que pueda dar cuenta de cómo esta violencia adquiere otro tipo de dimensiones a la luz de otras categorías, y cómo una realidad de subordinación puede ser abismalmente más opresiva que otra. Habría que recordar que el desafío hacia la coherencia de la categoría “mujer”, también implica rescatar el poder explicativo de la propia categoría a través de su posición histórica y coyuntural –incluso los feminismos que se han centrado en la “historia común de las mujeres” para crear conciencia feminista han utilizado ese mismo recurso de desestabilización para emprender un proyecto de lo que podría ser la mujer como sujeto y no como objeto–. Esto no quiere decir que la creación de una conciencia feminista a partir de la experiencia es “falsa” o “impensable” ahora que hemos abandonado los supuestos esencialistas basados en una subordinación única: la exigencia política de nuestros tiempos nos exige asumir la inestabilidad (o apertura) del sujeto político del feminismo y su ampliación hacia una comprensión enmarcada en una totalidad capitalista que muestra sus costuras y re-ordena las relaciones patriarcales, raciales e imperialistas para profundizar sus propios procesos de acumulación y precarización. Las luchas por la reproducción social y la autonomía reproductiva han dejado de ser exclusivamente objeto o asunto “de mujeres”, y el contenido de estas reivindicaciones adquiere nuevas dimensiones al entenderlas a partir de la intervención de sujetos que se encuentran condicionados por otros procesos que no son comprendidos por los antagonismos de las castas sexuales, y que definitivamente configuran realidades de subordinación. Contra este mecanismo de dominación y expropiación masiva, la construcción de comunes es fundamental, por lo que toda política exclusionaria encuentra sus propios límites yendo al mismo terreno de la práctica que exige todo proyecto emancipatorio.

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“Siempre pensé que no me importaba cómo alguien se convierte en mujer o en hombre; realmente no me importa. Es solo parte de su especificidad, su singularidad, como la de todos los demás. Cualquiera que se identifique como mujer, quiera ser mujer, va por ahí siendo mujer, en lo que a mí respecta, es mujer.”[26]

Lo dicho por Catherine MacKinnon en una entrevista del 2015 me parece un buen punto de partida para pensar la solidaridad hacia el movimiento trans y la inclusión de las mujeres trans en espacios feministas. En principio, porque es cierto que las mujeres trans, al vivir como mujeres, están sujetas a una serie de circunstancias sobre las cuales las feministas hemos dicho bastante, además de una serie de injusticias ligadas a su propia existencia y su desafío a la estabilidad de los cuerpos sexuados y la heteronorma. Esta cuestión debería ser suficiente para considerar a las mujeres trans como parte de los sujetos que movilizan la lucha feminista por la abolición de la diferencia sexual como jerarquía. En segundo lugar, hay una cuestión que sobrepasa a los límites de la teoría feminista, y es específicamente los modelos de explicación sobre la identidad y la experiencia trans. Esto no significa que las propias herramientas críticas de la teoría feminista no puedan intervenir en este campo; más bien, éstas han intervenido en la propia exploración y teorización de las personas trans sobre su experiencia, y por tanto, la articulación de una conciencia crítica que ha resultado en la politización de un movimiento que también se encuentra enfrentado directamente a los discursos sobre el sexo y el género que justifican la dominación.[27] Es deshonesto intelectual y políticamente reducir el cuerpo de conocimientos y las direcciones políticas de un movimiento complejo y heterogéneo a expresiones como “estar atrapado en un cuerpo equivocado”, utilizados de forma común para darle inteligibilidad a una experiencia que está estrechamente a las formas de encarnar la identidad. Muy a pesar de que hemos resaltado que la base política y epistemológica del feminismo se encuentra en la validación de la experiencia como parte de un proceso de politización y resistencia, es totalmente contraintuitivo que las posiciones trans-excluyentes, asumiéndose feministas, insistan tanto en negar por completo la experiencia misma de las personas trans. Más bien, centrándonos en esta práctica dirigida a la experiencia y la conciencia, las feministas deberíamos observar estos intercambios y tensiones como parte del ejercicio crítico hacia nuestras propias formulaciones sobre las categorías naturales del “sexo” y los construccionismos del “género”, antes de asumir las paranoias del “borrado de mujeres” y la “negación de la realidad biológica” como ciertas y totales.

Para finalizar, quisiera insistir en que la cuestión trans no es un asunto menor o una amenaza al feminismo, o como se ha sugerido, a la vida de las mujeres cis-género en general. No es menor, porque como hemos señalado, constriñe una serie de presupuestos que son problemáticos y condenan la impotencia e irrelevancia a un movimiento con potencia radical como es el feminismo. Mientras los feminismos corporativos continúan dándose la mano con el capital y su sed imperialista, agudizando una brecha de pobreza que condena a las mujeres –sean cis-género o sean trans-género– a la miseria y a la violencia patriarcal, la avanzada conservadora continúa amenazando con clausurar y arrebatar todo lo conseguido hasta el momento por los movimientos de liberación LGTBIQ+ y los movimientos feministas, poniendo en cuestión la vida y el futuro de miles. Bajo este panorama, la ausencia de comunes solo sella el pesimismo de la época.

 

[*] Al utilizar el término trans estamos haciendo referencia de forma general tanto a mujeres y hombres trans, como a aquellas identidades que se ubican fuera del modelo binario. Para una mayor discusión del término y de las tensiones entre los modelos binarios y no-binarios de la encarnación y la identidad trans, ver: Bettcher, T. (2014) “Trapped in the Wrong Theory: Rethinking Trans Oppression and Resistance” en Signs, Vol. 39, No. 2, pp. 383-406.

[1] Raymond, J. (1994) The Transsexual Empire: The Making of the She-Male. New York: Teachers College Press. p. 70. [2] Ibíd. pp. 27-28. [3] Stone, S. (2006) “The Empire Strikes Back: A Posttransexual Manifesto” en The Transgender Studies Reader. New York: Routledge. p. 223. [4] Firestone, S. (1976) Dialéctica del Sexo. Barcelona: Editorial Kairós. p. 16, p. 18 y p. 20. [5] Rubin, G. (1986) “El tráfico de mujeres: notas sobre la “Economía Política” del sexo” en Revista Nueva Antropología, vol. III, número 30. CDMX: UNAM. pp. 95-145. [6] Haraway, D. (1995) Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra. p. 226. [7] Para una discusión sobre la categoría del sexo desde la epistemología feminista ver: Haraway D. (1995) “En el principio fue la palabra: la génesis de la teoría biológica” en Ciencia, cyborgs y mujeres; Fausto-Sterling, A. (2006) Cuerpos sexuados. La política de género y la construcción de la sexualidad y Howie, G. (2010) Between Feminism and Materialism. A Question of Method. [8] MacKinnon, C. (1991). “From Practice to Theory, or What is a White Woman Anyway?” en Yale Journal of Law & Feminism, 4 (1). p. 15. [9] Raymond, J. (1994) The Transsexual Empire. p. 9. [10] Curiosamente, no hay absoluta distancia entre las representaciones de las personas trans que Reymond utiliza en The Transsexual Empire y las representaciones que los medios masivos despliegan de forma hiriente y prejuiciosa contra la comunidad trans, específicamente contra las mujeres trans. Para una revisión del tema, ver: Namasté, V (2005) “Beyond Image Content: Examining Transsexuals Access to the Media” en Sex Change, Social Change. Reflexions on Identity, Institutions and Imperialism. Toronto: Woman’s Press [11] Raymond, J. (1994) The Transsexual Empire. p. 109.

[12] Scott, J. W. (1986). “Gender: A Useful Category of Historical Analysisen The American Historical Review, 91(5). p. 1067 [13] Allen, A. (2009) “Feminism and Subject of Politics” en New Waves in Political Philosophy. Londres: Palgrave Macmillan. p. 4. [14] De Lauretis, T. (2000) “Tecnologías del Género” en Diferencias. Etapas de un camino a través del feminismo. Madrid: Horas y horas. p. 44. [15] Ibíd. p. 54. [16] Firestone, S. (1976) Dialéctica del Sexo. pp. 282-301. [17] Haraway, D. (1995) “Manifiesto para cyborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX” en Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. p. 251-311. [18] Laboria Cuboniks (2016) Xenofeminismo. Una política por la alienación. Recuperado de: http://www.laboriacuboniks.net/20150903-xf_layout_web_ES.pdf [19] Jeffreys, S. (2014) Gender Hurts. A Feminist Analysis of the Politics of Transgenderism. Londres: Routledge. p. 187-188. [20] Hawkesworth, M (1999) “Confundir el género (Confounding gender)” en Debate Feminista, vol. XX. CDMX: UNAM. pp. 42, 43. [21] Hawkesworth, M. (1999) “Confundir el género”. p. 44. [22] Arruzza, C (2014) “Remarks on Gender” en Viewpoint Magazine. Recuperado de: https://www.viewpointmag.com/2014/09/02/remarks-on-gender/ [23] McNally, D. (2017). “Intersections and Dialectics: Critical Reconstructions in Social Reproduction Theory” en Social Reproduction Theory. Remapping Class, Recentering Oppression. Pluto Press. p. 108. [24] Alcoff, L (1988) “Cultural Feminism versus Post-estructuralism: The Identity Crisis in Feminist Theory” en Signs, vol. 13, Nº 3. p. 407. [25] Ibíd. p. [26] MacKinnon, C. (2015) “Sex, gender, and sexuality: The Transadvocate Interviews Catharine A. MacKinnon”. Recuperado de: https://www.transadvocate.com/sex-gender-and-sexuality-the-transadvocate-interviews-catharine-a-mackinnon_n_15037.htm [27] Bettcher, T. (2014) “Trapped in the Wrong Theory: Rethinking Trans Oppression and Resistance” en Signs, vol. 39, Nº2, pp. 383-384.

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