Tithi Bhattacharya y Gareth Dale; traducción de Nicola Espinosa
Nunca antes la economía global ha enfrentado un reto tan profundo por un virus. Epidemias previas cercenaron poblaciones y devastaron vidas, pero se mantenían contenidas en una escala regional o, si eran globales, impactaban la economía mundial de una manera menos precipitada. También es importante notar que los países euro-americanos -con gobiernos y medios que aún dominan el discurso público global- nunca se han visto tan afectados por una crisis sanitaria en nuestra memoria reciente. Las pandemias que han matado personas en Asia y África no crean el mismo eco en los conglomerados de los medios de comunicación como lo hacen cuando golpean los corazones de hegemones imperiales.
Covid-19 no solo ha revelado las brutales prioridades sistémicas del capitalismo -generar beneficios antes que hacer vida [life-making]- si no también la relación entre el capital y la forma estatal capitalista. Debemos estar atentos a esta relación para encarar una verdad aún más oscura sobre esta crisis: que está lejos de ser una anomalía y que, a falta de un fuerte revés al sistema, debemos prepararnos para un mundo en el que este tipo de crisis y sus efectos serán parte de nuestra vida diaria.
En un artículo reciente, Cinzia Arruzza y Felice Mometti graficaron la heterogeneidad de respuestas de diferentes gobiernos ante la pandemia. Sostienen que mientras algunos como Israel, India y Hungría han usado la crisis para reforzar el autoritarismo, el patrón no es de ningún modo uniforme. También citan ejemplos de Estados como los Estados Unidos donde Trump, invocando los viejos tropos racistas de los “derechos de los Estados”, está permitiendo que los gobernadores decidan el curso de acción de cada Estado; e Italia y Alemania donde los intentos de mejorar los poderes ejecutivos vienen siendo cuestionados por otras instituciones gubernamentales como la UE. Dada esta diversidad de estrategias de gobernanza, Aruzza y Mometti concluyen que “en vez de imponer fórmulas abstractas sobre una realidad compleja, es más útil prestar atención a la experimentación con distintas formas de governanza -nuevas y antiguas- en el manejo de la pandemia.”
Estamos de acuerdo con Aruzza y Mometti en que los Estados han respondido de manera diferente en sus esfuerzos por gobernar la crisis. Pero nos alejamos de su análisis cuando sostienen que esta disparidad implica que la abstracción es redundante. Podemos empezar con algunas conclusiones generales explicando la relación entre capital y Estado.
Primero, justo como en el comienzo de la Gran Depresión, todos los gobiernos están buscando dirigir el timón de vuelta al business as usual lo más rápido posible. El esfuerzo apunta a proyectar la crisis como una aberración temporal. Segundo, como consecuencia del punto anterior, los Estados están actualmente invirtiendo en instituciones que hacen vida -instalando hospitales, distribuyendo comida, compensando salarios con fondos estatales- pero lo hacen porque están forzados a hacerlo y, por tanto, siempre de manera temporal. Además, a menudo esos esfuerzos se ven respaldados por medidas represivas. Tercero, en el periodo que viene veremos políticas estatales balanceándose entre respuestas neoliberales y keynesianas -o de capitalismo de Estado-. Sin duda, estas oscilaciones producirán más caos a nivel político. Veremos regresar la socialdemocracia y el centrismo, y también está la constante amenaza de que los populismos autoritarios bordeen el fascismo, pero no podemos permitir que estas corrientes turbulentas al nivel de lo político nos cieguen sobre las presiones constantes del capital: acumular beneficios con el mínimo sacrificio y escaso respeto hacia la vida. Cuarto, la crisis está exacerbando la existente opresión amplificando las durezas e inequidades impuestas sobre las personas Negras y Marrones, sobre las mujeres y sobre los pobres.
Al rastrear los impulsos comunes de la crisis, exploramos en este ensayo qué sucede cuando los imperativos de la vida y de hacer vida interactúan radicalmente con los imperativos de generar beneficios. Dado que la crisis inducida por el coronavirus es una crisis de salud pública, cuestiones de “economía” y “bienestar” se unen de una manera sin precedentes. Así, desarrollamos nuestro análisis siguiendo dos ejes: uno, la díada de bienestar y funciones represivas de los estados capitalistas; y dos, las tendencias duales hacia el intervencionismo estatal y neoliberalismo que estamos presenciando en las respuestas de los estados ante la crisis. La primera doble relación concierne a la relación del Estado con sus ciudadanos; la segunda concierne a su relación con el capital.
Bienestar y represión: un dúo problemático
Siempre hay una relación entrelazada y profundamente contradictoria entre el bienestar y las funciones represivas del Estado capitalista. A diferencia de estados en sociedades previas divididas en clases, los estados capitalistas siempre han manejado el bienestar social con el fin de mantener y constreñir la seguridad material de “sus” poblaciones. Ellos establecen cotidianamente instituciones de reproducción social de la fuerza de trabajo. Estas han incluido simultáneamente tareas de educación y mantenimiento de la salud de sus ciudadanos, así como actividades que los etiquetan, controlan y vigilan.
Estos principios de políticas sociales y generación de beneficios pueden chocar, pero tienen una raíz común. Como un comisionado de la Ley de la Pobreza Británica durante el siglo XIX remarcó:
"Es una máxima admitida de la política social que la primera carga sobre la tierra debe ser el mantenimiento de aquellos que viven sobre ella. La sociedad existe para la preservación de la propiedad; pero sujeta a la condición de que los deseos de los pocos deben realizarse únicamente después de que se provea la necesidad de la mayoría."
Los "comisionados" de hoy en día adaptan las instituciones de bienestar a las demandas de los mercados y los Estados, de trabajadores aptos y educados para mejorar la ventaja competitiva del capital. El capital intenta imponer su disciplina sobre los ritmos biológicos del nacimiento, la vejez y la muerte, pero su relación con el hacer vida es una de dependencia a regañadientes. Es dependiente de una fuerza de trabajo saludable y sin discapacidad física, pero es reticente a desviar sus recursos hacia instituciones que hacen vida. Lo que hace que esta crisis sea tan inusual es que ha puesto en jaque la dependencia del capital respecto de su fuerza laboral.
Si en una normalidad liberal el bienestar y las esferas represivas, aunque conectadas, son mayormente pensadas como entidades separadas, ahora están juntas y revueltas de una forma sin precedentes. La crisis en la salud pública ha provocado la imposición de un estado de emergencia. Las fuerzas de seguridad han sido enviadas a las calles como agentes de bienestar. Los policías son movilizados como protectores de la salud pública, aquellos que aseguran el distanciamiento social. Los Estados están justificando la vigilancia intensificada como una medida de seguridad pública.
La liberación de los órganos represivos como agentes de bienestar ha traído escenas enfermizas. En India, un hombre fue golpeado hasta la muerte por la policía cuando salió a comprar galletas. Era musulmán, por supuesto. En Francia, los disturbios estallaron en los suburbios donde los grupos predominantemente racializados han sido apiñados durante mucho tiempo en alojamientos multifamiliares, soportando una intimidación policial crónica, y sin embargo las calles están patrulladas por la misma policía, ahora como agentes de la salud pública. En Estados Unidos una respuesta fascista-libertaria ha exigido que el Estado se aparte de las medidas sanitarias obligatorias como la cuarentena y el encierro. El peligro es que estos argumentos desastrosos (racistas y social-darwinistas) encuentren un mayor público precisamente porque el Estado despliega medidas represivas con el objetivo de proteger la salud pública.
Sin embargo, los regímenes de bienestar o las capacidades de reproducción social tienen necesariamente dos caras bajo el capitalismo. El “bienestar desde arriba” incluye las inversiones en reproducción social que el capital y los Estados se ven obligados a realizar para garantizar sus propios intereses. Aquí es donde la dependencia a regañadientes del capital respecto de la reproducción social se revela. Pero en estos tiempos de pandemia también somos testigos de un surgimiento floreciente de “bienestar desde abajo”, o de una lucha de clases por la reproducción social. Entonces, mientras que el Estado y el capital están revirtiendo temporal y parcialmente unas pocas piezas de la estructura neoliberal (la devaluación del trabajo de cuidado, algo no menor), trabajadores, especialmente las mujeres trabajadoras, están liderando huelgas aguerridas para demandar equipos de protección personal e insistir en que la producción sea dirigida hacia la necesidad humana. Al mismo tiempo, la gente de a pie viene estableciendo bancos de comida y redes de apoyo mutuo. Estas contradicciones entre las facetas “desde abajo” y “desde arriba” de la reproducción social sólo van a seguir intensificándose conforme la crisis se agrave. Conforme el desempleo masivo, la pobreza y el hambre golpeen al mundo entero, estamos obligados a presenciar una polarización más drástica entre las fuerzas abogando por el darwinismo social -clamando para que los más aptos monopolicen el pastel limitado de la reproducción social- y las fuerzas del colectivismo socialista- peleando por un mundo en donde el pastel pertenezca a los propios reposteros-.
Ilustración de Francisco Izquierdo en El poder de las obreras. Lima: CIED (Centro de Información, Estudios y Documentación), 1981
Fantasmas del capitalismo de Estado en un paisaje neoliberal
La crisis es única, en tanto empieza como una “crisis de desmovilización”. Con parte de la industria cerrada en interés de la salud pública, la caída en picada es inevitable. Aún no se ha revelado su forma, pero no será una V. Puede que sea una U, pero probablemente sea más prolongado como una W o una L. Con pocas perspectivas de una vacuna Covid-19 hasta el 2021, la producción y el consumo parecen estar coartados por el temor de un contagio coronaviral y cuarentenas puntuales. La dislocación ya provocada en forma de desempleo masivo, quiebras, y consumidores endeudados, los negocios y la deuda pública se resistirán a las soluciones fáciles. Un espiral deflacionario puede estar a la vuelta de la esquina con sus crecientes efectos sobre la deuda.
La última crisis global en forma de L (o W) fue en los años 30 cuando la caída en picada de la producción fue seguida de un espiral deflacionario, años de producción estancada, la involución del comercio mundial y la generalización del conflicto económico y del dolor social. Los alimentos, tanto entonces como ahora, fueron destruidos por toneladas al caer la demanda, inclusive habiendo aumentado la necesidad. Las empresas se desmantelaron por la contracción de los mercados; los trabajadores y desempleados peleaban por los pocos trabajos que aun quedaban o miraban hacia la izquierda y se defendían a través de marchas, huelgas de brazos caídos y sindicalizaciones.
Fue en estos incendios de los 30 que los nuevos regímenes de acumulación fueron forjados. De las cenizas de la economía liberal surgió el Keynesianismo y el New Deal, la industrialización por sustitución de importaciones y las economías de guerra (fascista, stalinista y corporativista). El Estado-nación imprimió sus contornos en los nuevos arreglos: monopolios nacionalizados, controles de capital y planificación nacional, así como los fondos de ahorro cautivo con los que se podría financiar la expansión del bienestar o las instituciones de reproducción social.
¿Podrá la gravedad de la emergencia de salud pública y de la caída de la economía traer de regreso el capitalismo de Estado y el planeamiento? Ciertamente, la capacidad intervencionista del Estado chino codo a codo con el capital chino (no solo codo a codo con sus ciudadanos) condicionó su relativamente rápida respuesta al Covid-19. En Occidente, los CEOs se están alineando para demandar que los contribuyentes asuman sus pérdidas. Los negocios serán rescatados y los gobiernos arbitrarán y dirigirán el curso del colapso, así como los intentos de impulsar el crecimiento.
Sin embargo, aunque las intervenciones gubernamentales han tenido una escala masiva, y hemos visto gobiernos como el de EE.UU. ordenando a gigantes de la industria como GM que produzca ventiladores, esto no conllevará al retorno del Estado capitalista de la década de 1930. Las cadenas de suministro mundiales, aunque muchas se están podando, están demasiado entrelazadas y las finanzas demasiado internacionalizadas. Las normas neoliberales, incluyendo la dominación de las corporaciones y la veneración de los mercados, están profundamente talladas en la arquitectura del poder, en la Inglaterra liberal y en la China estatista por igual.
Las respuestas estatales llegarán en tres olas superpuestas: coordinando respuestas para la emergencia sanitaria, respondiendo al colapso económico y social, e intentando impulsar el crecimiento económico por medio de paquetes de incentivos.
Como izquierda, debemos tener nuestras propias respuestas a estas fases. Para la primera, debemos tomar la iniciativa de las luchas ya existentes en el terreno: las inspiradoras huelgas de trabajadores que se rehúsan a fabricar bienes no esenciales o a arriesgar su propia salud y la de sus familiares; la organización que mujeres y feministas llevan adelante a nivel global para protestar por la doble carga de trabajo esencial y aumento de las labores del hogar durante la cuarentena; y las batallas que están librando los activistas antirracistas contra la brutalidad de encarcelar a las personas durante una pandemia o encerrarlas en campos de detención. Las lecciones de estas batallas proporcionan una pista sobre cómo debemos enmarcar nuestra respuesta en las próximas dos fases. Debemos continuar demandando que las actividades e instituciones que hacen vida se prioricen para evitar el colapso social, mientras que las inversiones deben ser dirigidas a crear programas de trabajo público y una economía verde de bajo impacto, una transición justa, en vez de estar rescatando la industria de aerolíneas.
Ilustración de Francisco Izquierdo en El poder de las obreras. Lima: CIED (Centro de Información, Estudios y Documentación), 1981
El gran erudito musulmán Ibn Jaldún, que perdió a su familia por la Peste Negra, observó que la plaga había tomado las dinastías “en el momento de su senilidad, cuando habían alcanzado el límite de su duración”. Hay ecos sorprendentes de los comentarios de Jaldún sobre cómo la pandemia está exponiendo las brutalidades pasadas y las ruinas futuras de nuestro propio sistema “senil”. Lo que señalamos más arriba son tendencias generales que podemos esperar dentro del sistema en la coyuntura que se avecina. Pero las tendencias estables dentro del capitalismo desde su nacimiento ya no son los únicos factores que determinarán el destino de la vida en este planeta. Nuestra crisis actual debe entenderse contra el telón de fondo de un capitalismo en decadencia. Es decir, el capitalismo tiende hacia crisis económicas más agudas, y está generando amenazas biológicas y ambientales en una escala cada vez mayor. Los pasados económicos acumulados del capitalismo y su depredación acumulada de la naturaleza han dejado marcas indelebles en el sistema. Rescatar el sistema a través de reformas ya dejó de ser una esperanza ambiciosa o el tema de un debate interesante al interior de la izquierda. Es ahora una fantasía peligrosa. La naturaleza de la crisis La crisis del coronavirus es una crisis del capitalismo en su causalidad y a través de sus efectos. Un microscópico patógeno está develando las patologías de un sistema social mayor. En este sentido no es una crisis “natural” si no una crisis forjada por la naturaleza completamente distorsionada por el capitalismo. Empecemos con la causalidad. Una enfermedad zoonótica puede saltar de animal a humano. Todas las conexiones que van de un murciélago a un pangolín (un probable huésped intermedio) al ser humano pueden parecer accidentales. Pero si vemos por detrás de los titulares xenofóbicos podemos notar cuán profundamente condicionadas por el sistema pueden estar estas conexiones. Siguiendo el argumento de Rob Wallace cuando sostiene que la agroindustria “ha entrado en una alianza estratégica con la influenza”, podemos ver cómo la ganadería industrial crea ambientes ideales para que los patógenos se propaguen. Una vez que está en un pollo, un pato o un cerdo, los siguientes anfitriones están colocados en línea de manera precisa, mejilla con mejilla, con genes casi idénticos. En ese sentido, tres cuartas partes de las enfermedades “nuevas o emergentes” que afectan a los seres humanos se han originado en animales salvajes o domesticados. En el caso del coronavirus, es nuestra relación con la vida salvaje y sus animales lo que trazó el mapa de la patogénesis de esta crisis. En el capitalismo temprano, los cazadores abrieron y penetraron vastos territorios para capturar criaturas para el comercio de pieles de lujo. Ahora casi todas las tierras vírgenes están invadidas y los bosques primarios están siendo diezmados. Un estudio reciente realizado por epidemiólogos estadounidenses muestra que la deforestación y otras formas de invasión del hábitat natural acercan a los humanos a la vida salvaje. En las últimas cuatro décadas se ha duplicado o triplicado el número de patógenos de zoonosis que saltan de animales a humanos. Mientras tanto, la demanda de productos de lujo de animales “salvajes” continúa. En China, el intercambio lucrativo de animales salvajes como alimento o medicina continúa, mientras que la reciente serie Tiger King muestra que los programas de criaderos exóticos y tráfico de animales salvajes no se limita a China o a países africanos, si no que existen en el corazón de la bestia -los Estados Unidos-. Estamos hablando ahora de la ‘brecha metabólica’ -la alienación de la humanidad respecto del mundo natural, con el capitalismo orquestando crueldad hacia la tierra y sus formas de vida-. La producción capitalista depende de la pobreza e incentiva los residuos. Esto se evidencia con claridad en la agricultura, cada vez más orientada hacia la carne, el medio más ineficiente de convertir el sol, la lluvia y el suelo en aminoácidos y carbohidratos para el consumo humano. Una hectárea cultivada con arroz o papas alimenta a veinte personas por un año; la misma hectárea dedicada a la crianza de ovejas o vacunos sólo puede alimentar a una o dos personas. La mitad de los cultivos mundiales se destinan para la alimentación del ganado y también consumen enormes cantidades de agua e indirectamente de petróleo. A nivel mundial, la producción de carne ha aumentado casi cinco veces en la segunda mitad del siglo 20 y continúa inflándose. Los incendios del último año en el Amazonas tomaron lugar principalmente a lo largo de las carreteras que llevan el ganado a los mataderos. En este sentido, el coronavirus y el cambio climático comparten una misma raíz. También comparten otra cosa. Resaltan la frustración de la capacidad humana para mitigar el riesgo, en la medida en que la mitigación tensa el deseo corporativo. Como ya es sabido, los riesgos de un colapso climático tienen un carácter existencial, pero no se está haciendo casi nada para mitigarlos -como muestran cada mes las mediciones de Mauna Loa-. Lo mismo ha pasado con la pandemia de la Covid-19. Expertos en salud pública y científicos sociales vienen advirtiendo por años sobre la repetición de un brote viral similar en alcance y letalidad a la pandemia de 1918. Y al igual que las Casandras del cambio climático, estas advertencias sobre la salud pública fueron fácilmente ignoradas o ridiculizadas por Estados y jefes.
Hay un oscuro suicidio temporal incrustado en estos gestos de negación burguesa. Ignoran las advertencias porque sus narices están únicamente en el cristal de la ventana del presente.
Ilustración de Francisco Izquierdo en El poder de las obreras. Lima: CIED (Centro de Información, Estudios y Documentación), 1981
El mayor logro del discurso burgués sobre el Progreso fue secularizar el Tiempo. El progreso capitalista fue proyectado a través del tiempo como inmanente, como coextensivo con la "Naturaleza". La Europa colonizadora aprovechó este tiempo burgués para conquistar el espacio: las colonias, marcadas por su distancia de la metrópoli, fueron arrojadas como "atrasadas". Nuestra crisis actual, que está curando futuros devastados y potenciales no cumplidos, está finalmente extinguiendo este Tiempo Inmanente al despojar al tiempo histórico de sus ataduras burguesas de larga data. Los patógenos, incendios forestales e inundaciones están desnaturalizando el vacío tiempo burgués, erradicando su suave trayectoria progresiva y reinvistiéndola con sacudidas mesiánicas, rupturas y, por tanto, posibilidades.
Y mientras la clase dominante global pelea por restaurar el tiempo y el mundo entero a su normalidad asesina, nuestra clase puede restaurar la urgencia del ahora, articulada a través de ‘saltos, saltos, saltos’.
[*] Publicado originalmente en Spectre Journal el 23 de abril del 2020: https://spectrejournal.com/covid-capitalism/
Tithi Bhattacharya es marxista-feminista e integra el consejo editorial de Spectre. Gareth Dale enseña política en la Universidad de Brunel. Su Twitter es @Gareth_Dale
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