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Sobre el horizonte para la crítica desde el arte contemporáneo peruano en tiempos electorales

Carlos Zevallos Trigoso



A pocos días de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en el Perú, considero necesario ensayar algunas reflexiones sobre dicho fenómeno político y su impacto en el mundo de las artes visuales contemporáneas en el Perú, más aún en un proceso marcado por la crisis sanitaria y sus impactos económicos. Quiero explorar una contradicción que se manifiesta ante nosotros cada cierto tiempo, pero que hoy en medio de una crisis total, se vuelve más apremiante que nunca. La contradicción radica en lo siguiente: el proceso de mercadificación del campo del arte contemporáneo, que ha ido forjándose desde el periodo pos-dictadura fujimorista (2000s en adelante), no ha contribuido a hacer sostenible la producción de los discursos artísticos que circulan en el campo del arte local. Discursos que, precisamente, suelen abordar el periodo o están fuertemente marcados por él. Cuando digo “sostenible” me refiero a que no hay todavía un sistema institucional consolidado que sostenga la producción, distribución y consumo del arte contemporáneo en nuestro país y en toda su complejidad discursiva.


Esto es contradictorio porque mientras muchas de las obras mejor valoradas en el mercado son críticas del statu quo; todavía el mercado es tremendamente sensible a las transformaciones políticas que se asoman cada cinco años cuando las y los peruanos descubren que entre las opciones hay candidaturas que representan un cambio en dicho modelo. Dicha sensibilidad hace que en cada proceso electoral circulen rumores sobre la “parálisis” del mercado, algunos incluso más intensos que los que vimos cuando arrancó la pandemia.


Para precisar aún más: el discurso político que se valora en el mercado en forma de obra de arte, parece no ser apreciado entre los agentes y consumidores del mismo como opción política; y si bien no tenemos por qué esperar una orientación transversal al campo, creo que sí hay otros consensos mínimos por construir. El mercado es capaz de circular los productos creativos que se desprenden de la crisis, sin necesariamente retribuir a sus autores con un sistema institucional que los proteja de la incertidumbre que denuncian. Peor aún, se desperdicia la oportunidad de construir un espacio de interacción entre las múltiples identidades que conforman al arte contemporáneo (productores, intermediarios y consumidores) del que podrían salir más que transacciones económicas.


Imagen extraída de la web del MACBA. https://coleccion.malba.org.ar/


El asunto es que mientras nuestro arte contemporáneo discute el género, la heteronormatividad, la colonialidad, el racismo, la concentración del poder, la modernidad, etc., lo hace todavía en condiciones precarias aun cuando estas obras son recurso de virtuosas exposiciones internacionales que se ofrecen como representación del potencial cultural peruano. Esto es, por lo menos, injusto y considero que, si bien buena parte del problema radica en la desidia de un estado que se sustrae de la institucionalización, también es necesario reflexionar sobre cómo las y los agentes del mercado han apostado por instituciones (algo)autónomas del mercado que protejan a la producción artística de sus fallas e incertidumbres.


Si bien ni la precariedad ni la vulnerabilidad de la producción artística son novedad, sí parece serlo la amenaza concreta que se cierne hoy sobre la disidencia. No son pocos los proyectos políticos en el proceso electoral que se promocionan desde la intolerancia a la diversidad o que amenazan con volver a un orden contra el que nuestro arte contemporáneo ya se organizó y enfrentó colectivamente en los años 90. De volver a dichas formas de administración del poder: ¿tendremos nuevas diásporas de nuestro talento de las artes visuales? ¿qué quedará por ver en nuestro país? Estoy seguro que el Perú será siempre fuente de excelentes propuestas visuales contemporáneas, pero hoy tengo dudas sobre su realidad futura como campo de producción, circulación y consumo local. ¿No nos estamos dirigiendo a un escenario extremadamente hostil para la crítica (desde el arte mismo) que amenaza su posibilidad en nuestro propio territorio? o quizá estamos esperando que nuevamente las y los artistas paguen las consecuencias de regímenes represivos para cosechar de ellos propuestas visuales extraordinarias. No es justo, creo yo, esperar que las y los artistas sepan resistir y sobrevivir la exclusión y precarización que puede propiciar un régimen neoliberal y autoritario.


Más allá de un voto específico y del momento electoral, creo que lo que reclama el contexto es un compromiso político entre los diversos actores del campo del arte respecto a la posición del su mercado frente al arte que circula y las experiencias que lo producen. Consensos que nos lleven a instituciones que brinden soporte para la organización de la producción artística sin importar la orientación de los gobernantes de turno. Sobre todo, si disfrutamos tanto el reconocimiento internacional que reciben las obras más críticas. Es muy problemático que mientras los artistas miran hacia el futuro desde posiciones políticas claras, los agentes del campo se repliegan sobre sí mismos como quien aguanta un temporal.

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